La química del olor.

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Hace poco leía que es posible contar nuestra historia en capítulos de olores…

Mi vida en la primera infancia olería al perfume de mi mamá mezclándose con olor a salbutamol en la sala de urgencia de un hospital, ese olor de neblina salvadora que pocos conocemos. El olor a hospital es curioso, huele a una eterna lucha a desinfectante, esterilizadores, productos químicos, contra esperanzas y desesperanzas.

Cuando aprendí a leer aprendí a enterrar mi nariz en los libros. Caminar entre ellos me reconforta. Su olor siempre ha sido promesa, humedad y nostalgia. Soy una romántica de la vieja guardia y aunque lo he intentado, he renunciado al libro digital. Incluso antes de empezar.

Llego la juventud y olía a rebeldía, a madrugadas, a tabaco, a cerveza. A encuentros y desencuentros. A lociones de olor a madera, jengibre, sándalo, que mis amigos robaban del cuarto de sus padres. Queríamos oler a adultos, jugábamos a oler a adulto. Yo robaba del tocador un poco de Elizabeth Arden de mi mamá. En secreto. Inhalar con fuerza el presente, que era nuestro.

El día que me convertí en madre, conocí la vida y su olor en su mejor carta de presentación: Ella misma. Supongo cada mamá describe de manera única el olor de sus bebés. Yo con ellos huelo a raíces, a césped después de un día de lluvia, a ola de mar rompiendo en la arena, a tibieza y calidez. Sostenerlos en mis brazos y oler sus cabecitas es estar en lo alto de una montaña y sentir la brisa. Aspirando y reteniendo ese olor a infancia lo más que pueda. Cada noche. Después de que los beso, me llevo su olor para dormir mejor, para arroparme en ellos.

Hace poco leía que es posible contar nuestra historia en capítulos de olores…

Mis días empiezan oliendo a prisas, a café y rayos de sol. Antes de los niños me detenía a reparar en que perfume usaría en el día. Tenia perfumes esperando por ser abiertos, por liberar su aroma. Hoy tire a la basura un pequeño frasco que me acompaño los últimos meses, ahora mismo no puedo recordar a que he olido el último año, tal vez a cítrico, tal vez a lavanda, tal vez a prisas y a desvelos, tal vez a puré de manzana después de que Nicolás me estornudara hoy por la mañana y manchara mi blusa antes de ir a trabajar. Tal vez a raíces, a salbutamol, a libro nuevo, a mar, o tal vez aún huelo al Elizabeth Arden que le robaba a mi mamá.

Sara.

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